lunes, 21 de diciembre de 2009

El arte de la nada

¿Cuánto vale una vieja foto de Stalin? Nada. ¿Y si Damien Hirst le pinta encima una nariz roja? 155.000 euros. cuando el artista contemporáneo se convierte en marca; el mercado, en especulación, y la obra, en símbolo de estatus, ¿qué queda del arte?

El cielo amaneció encapotado, con amenaza de lluvia. Fue un lunes sombrío en Londres. Los vagones de la Jubilee Line hacia la estación de Canary Wharf iban atestados. Como siempre. Los jóvenes empleados de la financiera Lehman Brothers escuchaban música en sus iPhone o leían el diario gratuito Metro. Como siempre. Edouard d'Archimbaud, un joven francés de 24 años, se sentía emocionado porque ése iba a ser su primer día de trabajo. Pero aquel 15 de septiembre de 2008, cuando la mastodóntica estación diseñada por el arquitecto Norman Foster escupió los miles de trabajadores hacia los edificios de la nueva city financiera, ya no fue como siempre. El mundo estaba a punto de cambiar en 59 segundos. El banco Lehman Brothers entregaba cartas de despido. Caía la primera ficha del dominó de una de las mayores crisis económicas de nuestra historia reciente.

Mientras, al otro lado del Támesis, en la espectacular sede londinense de la casa de subastas Sotheby's, fundada en 1744 por el comerciante Samuel Baker -"el mejor postor es el comprador", era el lema de su casa-, el artista británico Damien Hirst (1965) subastaba las obras de su colección, 233 lotes, saltándose de una tacada a galerías e intermediarios, por 140 millones de euros. Fue una jugada maestra. La doble faz de un mundo global que mostraba en los informativos de la BBC las caras desoladas de los trabajadores despedidos del emporio financiero, y el rostro orondo con gafas de ultradiseño de uno de los más famosos representantes de los Jóvenes Artistas Británicos (YBA).

El mercado del arte contemporáneo y el financiero se habían encontrado, por fin. Tanto tiempo disimulando y el crash puso a los lobos con piel de cordero en su sitio. Pero lo peor aún estaba por llegar. Don Thompson, un economista anglosajón y profesor de ciencias empresariales que oculta coquetonamente su edad, ha investigado durante años para escribir un libro, El tiburón de doce millones de dólares (editorial Ariel), en el que demuestra cómo el marketing y la codicia dominan el mundo del arte.

En su libro, Thompson arranca con una fecha, 13 de enero de 2005, en Nueva York, y una escultura de un tiburón tigre disecado, de cuatro metros y medio y dos toneladas de peso, capturado en Australia en 1991 y embalsamado por el artista británico Damien Hirst. "El tiburón", dice Thompson, "por esa fecha ya estaba bastante arrugado y la impresión que daba era bastante asquerosa". Pero alcanzó un precio exorbitante, 12 millones de dólares, la máxima cifra pagada nunca por una obra de arte contemporánea, a excepción de Flag, de Jasper Johns.

Charles Saatchi, antes publicista y ahora confeso "artoholic", coleccionista de arte y propietario de una galería-museo en el elegante barrio londinense de Chelsea, quiso deshacerse de la pieza y encargó a Larry Gagosian, el marchante de arte más conocido del mundo, que moviera la cola del tiburón por el ambiente de Manhattan. Dicho y hecho. La obra la adquirió un archimillonario, Steve Cohen, quien donó, tiempo después, la vitrina del escualo disecado al MOMA de Nueva York.

Hirst para entonces ya se había convertido en una marca, "algo que sustituye al juicio crítico". Jerry Saltz, crítico de arte de Village Voice, lo expresó de forma magistral: "Sus cuadros son etiquetas. Como Prada o Gucci. Por una cantidad entre 250.000 y dos millones de dólares, los pardillos y los especuladores pueden comprar una obra de arte que no es más que un nombre".

Hirst está más que satisfecho de haberse convertido en su propia marca. Mientras estudiaba en el Goldsmiths College de Londres trabajó en un depósito de cadáveres. Aquello le debió de marcar. En 1988 organizó su primera exposición, Frieze, con algunos de los trabajos de la escuela de arte. Fue así como llamó la atención de Saatchi, quien prácticamente lo adoptó.

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JULIA LUZÁN 20/12/2009

Foto: Calavera Pintada de Damien Hirst

Fuente: El PAIS

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